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03/04/2025
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El bienestar dentro del hogar tiene muchos componentes, y uno de los más importantes —aunque a menudo subestimado— es el cuidado de la ropa de cama. Más allá de la estética o el confort, mantener las sábanas, fundas, cobijas y almohadas en perfecto estado es una acción que impacta directamente en la salud de quienes habitan el espacio. La cama es ese lugar íntimo donde el cuerpo busca descanso, regeneración y paz, pero también puede convertirse en un ambiente propicio para la acumulación de suciedad, bacterias, ácaros del polvo y otras plagas si no se le da la atención adecuada.
Muchas personas desconocen que, durante la noche, el cuerpo humano libera una combinación de sudor, grasa, células muertas y microorganismos. Todo esto queda impregnado en la ropa de cama, que actúa como una esponja. Si no se limpia con frecuencia, comienza a generar olores, pierde su frescura, se vuelve opaca y, lo más grave, se convierte en un ecosistema ideal para los ácaros del polvo. Estos diminutos arácnidos, invisibles al ojo humano, se alimentan precisamente de esas células muertas y se desarrollan con rapidez en ambientes cálidos y húmedos. Si bien no pican ni muerden, sus excrementos son un potente alérgeno que afecta a muchas personas, causando congestión nasal, estornudos, picazón en los ojos, tos persistente y, en algunos casos, crisis asmáticas.
La clave para evitarlo está en la constancia. Lavar la ropa de cama una vez por semana, o al menos cada diez días, es fundamental para mantener la higiene. Este lavado debe hacerse preferentemente con agua caliente —por encima de los 60 °C— ya que es la temperatura mínima necesaria para eliminar ácaros, bacterias y hongos. No basta con que las sábanas luzcan limpias; deben estarlo profundamente. A eso se suma el uso de detergentes suaves, pero eficaces, que no dejen residuos químicos agresivos y que sean adecuados para pieles sensibles. Incorporar un poco de vinagre blanco al ciclo de lavado ayuda a desinfectar de forma natural, neutralizar olores y suavizar las fibras.
Los edredones, cobijas pesadas y acolchados requieren cuidados específicos. Aunque no se ensucian al mismo ritmo que las sábanas, también acumulan polvo y ácaros. Lo ideal es lavarlos cada dos o tres meses, dependiendo del uso. Cuando no están en temporada, se deben almacenar en fundas de tela transpirables, evitando las bolsas plásticas que retienen humedad y pueden provocar moho. Si es posible, exponerlos al sol cada tanto ayuda a desinfectarlos y a eliminar olores de manera natural. La luz solar es uno de los mejores aliados para eliminar bacterias y secar al 100 % las telas gruesas.
El colchón también merece atención constante. Aunque está cubierto, acumula polvo, sudor y partículas que atraviesan las sábanas. Para mantenerlo limpio, se recomienda ventilarlo cada mañana, dejándolo sin cubrir durante al menos 30 minutos, y aspirarlo una vez al mes. Existen protectores de colchón hipoalergénicos que se colocan como una capa adicional y que pueden lavarse fácilmente. Esta barrera ayuda a evitar que los ácaros y bacterias penetren en el colchón, extendiendo su vida útil y mejorando la higiene general del dormitorio.
Lo mismo ocurre con las almohadas, uno de los elementos más vulnerables por estar en contacto directo con el rostro. Aunque muchas veces se ignora, las almohadas deben lavarse al menos cada dos meses, siempre siguiendo las instrucciones del fabricante. Además, deben reemplazarse cada dos o tres años, ya que con el tiempo acumulan humedad, polvo y microorganismos que no se eliminan por completo ni siquiera con una buena limpieza. Al igual que los colchones, también existen fundas de almohada protectoras que funcionan como barreras sanitarias y que deben lavarse cada semana junto con las sábanas.
Otro punto clave es la elección del material. Las telas naturales como el algodón, el lino o el bambú son ideales para ropa de cama, ya que permiten una mejor circulación del aire, absorben menos humedad y dificultan la proliferación de bacterias y ácaros. Estas fibras son hipoalergénicas, suaves al tacto y más duraderas que las telas sintéticas. Además, son más fáciles de mantener frescas y libres de olores. Invertir en textiles de buena calidad no solo es una decisión estética o de confort, sino también una estrategia preventiva para la salud.
El orden y la ventilación del dormitorio también influyen directamente en la limpieza de la ropa de cama. Una habitación ventilada diariamente, libre de polvo y con acceso a la luz natural disminuye notablemente la humedad acumulada. La humedad es, por naturaleza, un imán para las plagas, sobre todo para los ácaros. Por eso, además del cuidado de los textiles, es importante mantener los suelos limpios, evitar alfombras excesivas que acumulen ácaros y, si se vive en zonas húmedas, usar deshumidificadores o mantener ventanas abiertas en las horas de sol.
En cuanto al almacenamiento de la ropa de cama que no se usa todos los días —como juegos extra, mantas o cobijas de temporada—, es indispensable guardarlos en lugares frescos, secos y ventilados. Las bolsas de tela o cajas con tapa son excelentes para evitar el polvo. También puede colocarse dentro del armario alguna bolsita con lavanda, romero, cedro o eucalipto, ya que actúan como repelentes naturales contra insectos y dejan un aroma agradable. Aspirar el clóset una vez al mes también ayuda a evitar que se acumulen ácaros y otros microorganismos.
En casas con niños o personas alérgicas, estas rutinas deben reforzarse. Los más pequeños, por su sistema inmunológico en desarrollo, y las personas alérgicas, por su sensibilidad, requieren espacios libres de polvo e irritantes. En estos casos, es recomendable elegir productos etiquetados como hipoalergénicos, mantener la frecuencia de lavado incluso más alta y evitar suavizantes con perfumes fuertes. También se puede considerar el uso de vapor para desinfectar textiles sin necesidad de lavarlos cada vez.
Dormir en un espacio limpio, fresco y sin amenazas invisibles no es solo una cuestión de comodidad, sino de salud. El cuerpo humano necesita descansar profundamente para recuperar energía, y ese descanso solo se logra cuando el entorno ofrece las condiciones adecuadas. Una cama bien cuidada, con ropa limpia, ordenada y libre de alérgenos, se convierte en un verdadero santuario. A lo largo del tiempo, mantener estas prácticas se traduce en una vida más saludable, menos enfermedades respiratorias, mejor piel, mayor sensación de bienestar y una experiencia diaria de descanso de calidad.
El cuidado de la ropa de cama no tiene por qué ser complicado, pero sí requiere atención constante. Incorporar pequeños hábitos a la rutina —como airear la cama, lavar con frecuencia, aspirar colchones y almohadas, elegir bien los textiles, y almacenar de forma consciente— puede marcar la diferencia. Porque al final del día, el lugar donde descansamos debería ser el espacio más seguro, limpio y reconfortante de todo el hogar.
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